Allá
por los años de la Gran Depresión, cierto personaje de novela viajaba con su
familia en un destartalado automóvil por una polvorienta y solitaria carretera.
Con más voluntad que energía, el viejo cacharro se desplazaba por aquellos inhóspitos parajes cuando, de improviso, una enorme
grieta abierta en un maltrecho neumático acabó con el viaje. Con el propósito de solventar tan inoportuno percance, el conductor
buscó un lugar donde poder comprar una cubierta y, después de recorrer a pie una más que considerable distancia, halló
lo que buscaba: una pequeña tienda junto a un surtidor de gasolina. El dueño del
establecimiento, sabedor que al recién llegado nadie lo sacaría de su apuro en
muchos kilómetros a la redonda, le hizo pagar por el neumático un precio tan
alto que consumió gran parte de sus ahorros.
Sin
duda, ese día el vendedor pensaba que había hecho un buen negocio; en cambio, el
comprador creía que lo habían robado. Viene esto a confirmar que, en algunas
ocasiones, la línea que separa un buen negocio de un robo no está clara ni bien
delimitada.
Sirva esta anécdota tomada de la ficción literaria para ilustrar muchas de
las situaciones que se están viviendo en la actualidad, donde la ciudadanía,
debido a circunstancias nada favorables se ve obligada, lo mismo que el
protagonista de la historia, a pagar un precio desmesurado por un neumático, léase, contratos precarios, trabajos con sueldos famélicos, despidos, recortes o cualquier otro negocio en el que, tal vez, piense el lector en estos momentos. No en balde nosotros, lo mismo que él, también estamos en la vorágine de una crisis…