lunes, 30 de mayo de 2016

Siseo


El lance que voy a referir lo presencié hace unos días mientras paseaba por una calle de cierta ciudad cuyo nombre no viene al caso. Delante de mí caminaba una señora joven con su hijo de cinco o seis años. De improviso, el niño emprendió una veloz carrera, la madre, muy fina ella, con voz melosa casi le imploraba: ¡Ricardín, stop! Ricardín, stop! ¡Ricardín, stop! El chico, ajeno a tan extravagante mandato, prosiguió con su galopada. La señora, al ver que sus órdenes no eran obedecidas en inglés, pasó a darlas en español: ¡Ricardín, párate! ¡Ricardín, párate! ¡Ricardín, párate! Pero tampoco el español era capaz de detener la vertiginosa huida del zagal. Viendo la buena mujer que las lenguas de Shakesperare y Cervantes juntas eran incapaces de sujetar al desenfrenado Ricardín, se lanzó al galope detrás del chiquillo hasta alcanzarlo, algo que le costó no poco tiempo y esfuerzo, además de que un inoportuno traspiés a punto estuvo de estrellarla contra una farola.

La visión de espectáculo tan esperpéntico me retrotrajo a mi infancia, donde las madres de aquella época, en estas o parecidas situaciones, apenas utilizaban palabras, y mucho menos en inglés, sino que recurrían al universal, polivalente y, sobre todo, eficaz siseo, que unas veces te obligaba a abandonar lo que estabas haciendo y otras, en cambio, te disuadía de acometer cualquier empresa prohibida. Por la cuenta que le traía, el receptor debía interpretar correctamente el mensaje que venía envuelto en el siseo y enseguida actuar en consecuencia, pero hoy los tiempos ya son otros y aunque a veces las órdenes se impartan en más de un idioma, su cumplimiento resulta con frecuencia harto dudoso...