lunes, 1 de agosto de 2011

La crítica del crítico



Aprovechando que mi socio el escritor se encuentra de vacaciones, me adueño de su puesto y lo utilizo para rebatir ciertas maldades que sobre mí se vertieron en la anterior entrada (¿Para quién escribimos? -julio 2011).
En primer lugar, se me tilda de despiadado censor, cierto es que procuro revisar con rigor los textos que me llegan, pero debo aclarar que, en muchas ocasiones, tengo que desechar buena parte de los escritos presentados: unas veces, por su lenguaje decadente y obsoleto; otras, por lo insustancial de lo expresado. Porque por muchas simpatías que despierte entre vosotros, seguidores suyos, no deja de ser un autor bastante mediocre y limitado: nunca me trajo un artículo aceptable, ni un poema, ni un relato, ni un cuento…, solo me habla de encuentros entre un gordo y un calvo, de operaciones de vesícula, de meriendas estivales, anécdotas escolares y de otras historias por el estilo, pero tan alejadas de lo estético y literario que, más que escritor, merece el calificativo de escribiente. Y, aunque nunca ha presumido de lo primero, vosotros, con vuestros lisonjeros comentarios, vais a procurar que un día llegue a creérselo.
También, se me achaca de una acusada querencia a la holganza. Es evidente que para lo que cobro, muchos es lo que hago, pero intuyo que aquí se esconden otras motivaciones: esto puede ser una treta para ocultar su notable despego a la disciplina impuesta por la tarea de escribir o, lo que es peor, su escaso talento creativo, que no le permite improvisar más de quince o veinte líneas al mes.
El visitante de este rincón quizás piense que mis apreciaciones son muy severas, pero debo advertir que, en ningún momento, he pretendido desacreditar al autor, sino, más bien, señalar algunos desaciertos para que les ponga remedio en escritos venideros. Porque, en definitiva, esa es mi labor, que para eso soy el crítico…