Las sociedades acomodadas de nuestro tiempo rinden un culto desmedido a lo novedoso (artilugios electrónicos, automóviles, ropa, etc.), y, al mismo tiempo, profesan un rechazo a todo aquello que el tiempo convierte en obsoleto. Como este principio también se aplica a los individuos que tales sociedades acogen, casi todos ellos quieren ser jóvenes, pero ante la imposibilidad de alcanzar tal propósito, ponen todo su empeño en aparentarlo.
El mercado, sabedor de esta aspiración, responde con una variadísima oferta de soluciones artificiosas (cosméticos, implantes, cirugía, moda, etc.); aunque nada hay de objetable en tales propuestas, si contribuyen a que cada cual se sienta reconciliado con su aspecto.
Sin embargo, resulta paradójico que, a pesar de que cada año vivido nos acerca al periodo que nos inquieta y nos aleja de la etapa añorada, celebremos una fiesta cuando cumplimos años; caso aparte son los niños y los jóvenes: los primeros, porque no tienen conciencia del transcurrir del tiempo; los segundos, porque creen que la juventud no los abandonará nunca. Pienso que ni las ceremonias oficiadas en honor al dios Chronos conseguirán detener su imparable andadura, ni las composturas que hagamos a nuestro cuerpo lograrán confundirlo. Nadie engaña al tiempo: somos lo que él ha hecho de nosotros porque, querámoslo o no, desde siempre ha sido nuestro dueño y señor…