viernes, 1 de julio de 2011

¿Para quién escribimos?


No es fácil vislumbrar cuáles son los motivos que impulsan al ser humano a escribir: unos convierten el folio en confidente y, sabedores de su discreción, lo hacen partícipe de sus sentimientos y pesares; otros, en cambio, prefieren airear lo escrito para buscar el elogio, alcanzar notoriedad, ganar dinero o procurarse entretenimiento. Sin embargo, todas estas razones resultan baladíes si las comparamos con la principal: cada uno escribe para el crítico que lleva dentro. Porque en cada individuo que se dedica a labores de escribanía conviven dos personajes bien diferentes: el escritor y el crítico. El primero crea; el segundo mejora lo creado o, al menos, lo intenta, aunque no siempre lo consiga.
Quiero hoy referir algunas peculiaridades de mi inapreciable socio, sin cuyo plácet nada ve la luz. El carácter veleidoso de mi ilustre colaborador condiciona en ocasiones el rigor de su tarea. A veces, se convierte en un implacable y despiadado censor que pone en entredicho todo cuanto le presento y, por mucho que lo depuro, nada encuentra aprovechable. Otras, en cambio, se muestra algo más condescendiente y tolerante –hoy creo que es uno de esos días, pues a estas alturas algunas líneas ya estarían suprimidas-. Me aprovecho pues de esta efímera condescendencia para señalar otra de sus bondades: una acusadísima y desproporcionada querencia a la holganza, que no le permite corregir más de una entrada al mes, circunstancia esta última que explica el menguado número de escritos que aparecen en este blog, pero tampoco es cuestión de quejarse en demasía porque, al fin y al cabo, su trabajo me lo hace siempre gratis…