domingo, 2 de enero de 2011

Verba volant



                                     
Algunas tardes, el maestro abría un libro de tapas azules y se ponía a leer: con voz vibrante esparcía por el aula las palabras silenciosas de sus páginas; mientras tanto, nuestra fértil imaginación transformaba en imágenes los sonidos que le llegaban; y fue de esta manera como navegué en las carabelas de Colón, cabalgué junto al Cid en las batallas, supe de las andanzas de don Quijote o crucé con Moisés el mar Rojo cuando huía del ejército del faraón. Pero me estoy desviando de mi propósito, que no es otro que el de aportar algunos datos sobre el devenir de la lectura a través del tiempo; así pues, volvamos a lo que íbamos…
A finales del siglo IV, llegó a Roma un joven profesor de Retórica que los siglos postreros conocerían como san Agustín. Fundó allí una escuela, pero ante la imposibilidad cobrar su estipendio a los alumnos -cuando les reclamaba sus honorarios, no volvían más a clase y buscaban otro maestro-, aceptó agradecido un puesto en Milán para enseñar Literatura y Elocución. Una vez allí, visitó a Ambrosio, a la sazón, obispo de la ciudad. Era este un lector extraordinario. “Cuando leía -dice Agustín- , sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido, mas su voz y su lengua descansaban”. Esta manera de leer le resultó a Agustín muy extraña. En esta época, la lectura silenciosa era algo fuera de lo común, pues la forma habitual de leer era en voz alta. Aunque sea posible encontrar algunos ejemplos anteriores de lectura silenciosa, hubo que esperar al siglo X para que esa manera de leer fuese habitual en Occidente.
En la actualidad, la sentencia latina Verba volant, scripta manent (Las palabras vuelan, lo escrito permanece) hace referencia a la fugacidad de las palabras habladas, que se las lleva el viento, si la comparamos con la durabilidad de las que quedan escritas. Según Alberto Manguel, en la antigüedad esta sentencia expresaba lo contrario: era un elogio de la palabra hablada, que podía volar y llegar más lejos, y no de la escrita, que permanecía inmóvil y silenciosa impresa sobre la página.
La primitiva interpretación de la cita latina es la que se acomoda a la experiencia escolar relatada al principio. Aún resuena en mí el eco de las palabras que volaban de los labios del maestro y que, a su vez, echaban a volar nuestra fantasía: volar para hacer volar, nunca mejor dicho.