lunes, 30 de noviembre de 2015

Alertas



De un tiempo a esta parte, atravesamos un periodo jalonado de situaciones harto complicadas (crisis, atentados, catástrofes paro…) que generan inseguridad y esta, a su vez, en ocasiones provoca miedo en la población. Este último es inherente a la condición humana y está presente en todas las etapas de nuestra vida: en uno u otro momento, hemos sentido o sentimos miedo a la obscuridad, a la soledad, al sufrimiento propio o ajeno, a la enfermedad, al fracaso, a la muerte... Sin embargo, este sentimiento, que en un principio podría parecer como algo negativo, no es más que la respuesta del organismo, desarrollada a lo largo de la evolución, para sobrevivir: aquellos seres vivos que reaccionaron rápido ante un peligro, sobrevivieron y se reprodujeron más. No obstante, conviene señalar que gran parte de nuestros miedos son el resultado de nuestra tempestuosa mente.
Asimismo, los miedos sociales (enfermedades, paro, terrorismo, crisis, guerras…) son contagiosos y se extienden con facilidad entre los grupos de la sociedad. Estos miedos, aunque reales, se ven alimentados por la continua afluencia de noticias desastrosas que nos lanzan los medios de comunicación y los políticos. Esto crea una sensación de angustia generalizada que hace al grupo susceptible de manipulación. Sirva como ejemplo de la anterior afirmación un hecho constatado en los últimos años: el miedo a perder el trabajo o a no encontrarlo ha propiciado que la sociedad acepte sin rechistar drásticos recortes sociales y laborables.
Por otro lado, muchos investigadores sostienen que, en las últimas décadas, nuestra valoración de posibles riesgos ha entrado en una fase de confusión porque, de pronto, los riesgos que identifica nuestra estructura cerebral por la experiencia evolutiva compiten con ingentes informaciones de nuevas amenazas. La zona de cerebro encargada de la alerta ante los primeros signos del peligro se siente hoy desbordada por riesgos que son simplemente anunciados en imágenes aireadas por los medios de comunicación; en cambio, otros riesgos más reales como la conducción de automóviles, la comida basura, el abuso de medicamentos o las radiaciones de ordenadores y teléfonos móviles son infravalorados. En definitiva, tenemos más miedos que nunca, pero en las direcciones equivocadas y despreciamos los auténticos peligros para nuestra vida. Muchas personas sienten pánico cuando ven un saltamontes, en cambio, son capaces de subirse en un automóvil con total tranquilidad, a pesar de la altísima tasa de muertes ocasionadas por accidentes de tráfico.Y, que yo sepa, nunca persona alguna fue devorada por un saltamontes, en cambio, la carretera sí lo hace todos los días.
De acuerdo con lo anterior, podríamos plantearnos que si las estructuras cerebrales encargadas de alertarnos de los peligros externos no realizan adecuadamente la tarea encomendada por el proceso evolutivo, sin duda, en el futuro seremos mucho más vulnerables. El tiempo responderá a esta y a otras muchas cuestiones…