viernes, 1 de abril de 2011

Otra visión del anterior encuentro (vea antes la entrada Encuentro)




Desde hace días, el parroquiano de este blog conoce el encuentro casual entre dos antiguos compañeros de estudios. Sin embargo, le ha llegado una visión mutilada de lo acontecido: tiene cabal conocimiento de la versión ofrecida por uno de los protagonistas, pero desconoce la del otro. Por este motivo, quiero divulgar en estas líneas aquello que fue silenciado, pues, como ya habrá adivinado el sagaz lector, represento la otra parte interesada, es decir: soy la voz del mismísimo Gordo. Prosigo, sin más, y doy cumplida cuenta de la impresión que me produjo tan inesperado como gozoso hallazgo.
Nada más reconocerlo, una indescriptible sensación de alegría se apoderó de mí: ¡cómo me sentí superior en presencia de aquel escuálido ser incapaz de engordar un solo kilo en tantos años! Mi cuerpo, sin embargo, exhibía un pronunciado resalte abdominal, signo inequívoco de prosperidad y abundancia. Porque, amigo lector, para conseguir un baluarte como el que yo porteo, hay que invertir importantes caudales en costosas provisiones de boca de inmejorable calidad. Es más, te diré que esos nobles productos confieren al cuerpo un aire de distinguida lozanía.
Después de hablar durante unos minutos, con gran contento nos despedimos y, apenas me había separado del menguado compañero, una grata reflexión acudió en tropel a mi mente: ¡cuán satisfecho me sentí al ver su cabeza convertida en un solar yermo y sin vestigios de la frondosa melena que, en otro tiempo, eclipsó a las exhibidas por los reyes de nuestra baraja! Aquel recio pelaje de antaño había sucumbido a los rigurosos ayunos y privaciones a los que fue sometido durante años por amo tan mezquino y ruin. En cambio, una intrincada urdimbre pelambreril cubría mi cabeza, ya que los nutrientes aportados generosamente por mi pantagruélica alimentación la mantenían próspera y vigorosa.
Con el ánimo insuflado por la visión de tan famélico y descapotado amiguete, me detuve a propósito ante la luna de un escaparate, contemplé satisfecho mi redondeces y muy ufano enfilé la calle luciendo con orgullo mi decorativa figura…