Aunque nuestras calles se engalanen estos días con guirnaldas y bombillas de colores, no son tiempos de parabienes porque, si echamos una mirada al año que se retira, poco o nada hay que festejar, al menos para un considerable número de familias. Sin embargo, esta mañana tomé la foto que veis, se trata de un rosal silvestre en el que algunas hojas, a pesar de las intensas heladas de días pasados, han logrado mantenerse verdes. Sirva esto como metáfora que simbolice la esperanza y no permitamos que nada nos la arrebate. Sean dichosos, aunque solo lo consigan a medias o, al menos, inténtelo… suerte.
sábado, 22 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Libre albedrío
En el lenguaje coloquial, son frecuentes
expresiones tales como “hace lo que le da la gana”, “hizo lo que quiso”, etc.,
todas ellas orientadas a avalar el absoluto dominio que tenemos sobre las
decisiones que tomamos. Sin embargo, no todo parece estar tan claro como
creemos, pues existen experimentos recientes que indican todo lo contrario, al
menos en la ejecución de actos motores sencillos. Veamos algunos de ellos…
En 1983, Benjamín Libet, reconocido
neurólogo, y sus colegas de la Universidad de California en San Francisco
realizaron un peculiar ensayo. Los participantes debían observar un reloj cuya
manecilla daba una vuelta completa cada 2,56 segundos. Mientras estaban atentos
a la manecilla, eran libres de flexionar la muñeca en el momento que quisieran.
Lo único que debían hacer era tomar nota mentalmente de la posición de la
manecilla cuando decidían mover la mano. Por su parte, Libet medía con
electrodos la actividad eléctrica en las áreas motoras del cerebro –lo que se
llama el potencial de alerta- y en los músculos implicados en el movimiento de
la muñeca. Dicho de otro modo: podía determinar cuándo el cerebro mandaba la
señal a los músculos para actuar y cuándo estos se ponían en marcha. Libet
encontró, como era de esperar, que el
deseo de mover la mano aparecía antes de que el sujeto tuviera conciencia
subjetiva de que había realizado el movimiento. Sin embargo, la sorpresa surgió
cuando descubrió que la preparación nerviosa real para el movimiento, el
potencial de alerta, aparecía medio segundo antes de que el sujeto decidiera
conscientemente que quería mover la mano. Es decir, que la impresión subjetiva
de realizar un acto voluntario es
siempre posterior a la actividad cerebral que lleva a ese acto. Esta impresión
subjetiva no es la causa de la acción voluntaria,
sino una de sus consecuencias. Por eso, algunos autores han llegado a afirmar
que: No hacemos lo que queremos, sino que
queremos lo que hacemos.
Más recientemente, John-Dylan
Haynes, neurocientífico alemán, ha realizado un experimento con un escáner
cerebral el que los participantes tenían que decidir si pulsaban un botón situado
a su izquierda u otro colocado a su derecha.
Registró su actividad cerebral y descubrió que podía predecir su decisión, si
iban a pulsar el botón de la izquierda o de la derecha, siete segundos antes de
que la hubieran tomado. No siete segundos antes de que pulsaran el botón, sino
siete segundos antes incluso de que pensaran que habían decidido cuál iban a
escoger. Al parecer, la actividad cerebral que conduce al movimiento "voluntario" es, en primer lugar inconsciente y solo muy posteriormente se hace consciente.
Si todos estos experimentos se
confirman y, en un futuro, se verifican en la toma de decisiones complejas, la conclusión puede ser desastrosa para nuestro orgullo como seres
humanos que nos creemos libres y, sobre todo, se plantea un serio problema
porque el sistema de penalización de delitos está basado en la libertad del
individuo para realizarlos.
viernes, 26 de octubre de 2012
Microrrelato
Alrededor de mil acordeonistas han
llegado a España contratados por doña Crisis para solaz y divertimento de los españoles. Con tal liberalidad, se propone doña Crisis agasajar a todos
aquellos que, con sus sacrificios, penurias y estrecheces, están contribuyendo a que su estancia en este
país le resulte tan próspera, grata y duradera.
lunes, 6 de agosto de 2012
Vuelve el crítico
Antes de nada, permitid que me
presente a los que aún no me conocéis: soy el crítico de este blog y mi labor
consiste en revisar los escritos de mi socio el escribiente con el propósito de
pulirlos y, si es posible, mejorarlos.
Mientras mi colega se defiende de
la canícula estival remojándose en playas y piscinas, me adueño de su puesto durante
este mes y aprovecho la ocasión para hacer una valoración de lo publicado desde
hace un año. En primer lugar, hay que reseñar su exigua dedicación a las
labores de escribanía: solo tres entradas nuevas durante este periodo. Esta insignificante
producción escrituril, a mi entender,
es achacable a que la crítica que hice el pasado agosto (2011) le afectó en
demasía y propició el abandono del blog durante tantos meses (8). Viene esto a
confirmar, a pesar de los ácidos comentarios que algunos de sus seguidores
vertieron sobre mi trabajo, lo atinado de mi diagnóstico.
Dicho esto, quiero señalar que en
las últimas entradas no aprecio mejoría alguna con respecto a las anteriores,
sigo echando en falta un relato ameno, un poema aceptable o un artículo
legible. Ya le he recriminado en varias ocasiones las abusivas descripciones de
lo cotidiano (El comensal, Encuentro,
Retratos de café…), pero, a la vista de los resultados, una malévola sospecha ronda por mi mente: mi
socio no anda muy sobrado de inventiva.
Como procuro ser justo, también
tengo que decir algo a su favor: sus escritos no han empeorado, algo que
también podría haber ocurrido.
Finalmente, solo me queda
recomendar a sus seguidores que, si queremos que mi colega progrese algo en sus
escritos, no se excedan con lisonjeros comentarios, ya que pueden enaltecer peligrosamente su ego literario y llegue a creerse lo que no es.
Ya veremos qué hace el "bañista" cuando vuelva y lea esto, je,je,je...
Ya veremos qué hace el "bañista" cuando vuelva y lea esto, je,je,je...
Hasta otra
ocasión.
domingo, 8 de julio de 2012
Las rosas de piedra
Una de mis recientes lecturas ha sido Las rosas de piedra, de Julio
Llamazares, obra que hay que encuadrar dentro de la denominada literatura
viajera. El libro se estructura en seis viajes que, a lo largo de varios años,
el autor realiza por las regiones de la mitad norte de España; el propósito de
estos viajes no es otro que visitar las catedrales de esta parte del país. El
viajero (como él gusta llamarse) inicia su andadura en la catedral de Santiago
de Compostela y la termina en la de Tortosa; en varias etapas, y dedicando un
día a cada una de ellas, llega a visitar más de cuarenta a lo largo del
periplo.
Con una prosa fluida y, a veces, no exenta
de ironía, Llamazares describe lo que ve, cuenta lo que vive y, en ocasiones,
da su parecer sobre lo descrito o contado. En sus incursiones catedralicias, el
viajero nos habla de fachadas, campanarios, retablos, capillas, coros,
claustros, museos, etc., pero además, como buen narrador que es, nos relata sus
encuentros con cuantas personas halla en esos lugares (sacerdotes, guías,
canónigos, fieles, vigilantes, turistas, etc.), con los que suele pegar la
hebra con tal de obtener alguna información. El autor compagina con acierto el
paisaje artístico y el humano, y da al relato una viveza y amenidad, que no
tendría, si lo hubiese limitado a lo meramente descriptivo.
El lector que se adentre en sus páginas
descubrirá cuarenta rosas de
piedra, testigos mudos de un tiempo extinguido que quedó atrapado en sus
piedras.
Reposición
viernes, 15 de junio de 2012
Lázaro de Tormes y otros pícaros de la modernidad II (lea antes la 1.ª parte)
La sociedad, conocedora de la
calamitosa vida de Lázaro, el menguado botín obtenido con sus pillerías y,
sobre todo, las razones que impulsan su comportamiento, no lo considera un
delincuente y no insta a la justicia a que persiga sus fechorías. Es más, en
muchos casos, sus víctimas suelen ser amos que lo explotan y lo tratan de forma
despreciable, lo cual despierta cierta comprensión y hasta benevolencia para
con él. En cambio, sus homólogos contemporáneos, sin escrúpulo ni miramiento
alguno, engañan utilizando refinadas prácticas carentes de ética y moralidad.
Como muchos son los perjudicados y cuantioso el importe de sus desmanes, grande
es el desprecio que promueven en la
ciudadanía. A diferencia de Lázaro, que no constituye una amenaza para la
sociedad, nuestros pícaros se han ganado el repudio y el rechazo de la misma,
que urge a la justicia para que los persiga y condene por sus delitos, aunque dicho
propósito diste mucho de verse cumplido.
La forma en que se nos revelan
sus fechorías es bien diferente. Lázaro, sabedor de la insignificancia de sus
trastadas, nos las cuenta él mismo; los otros, conocedores de la trascendencia
de sus desmanes, callan. Su privilegiada
posición social hace que se consideren invulnerables pero, a veces, llega el
momento en que lo oculto deja de serlo y su invulnerabilidad vulnerada, entonces
negarán con tesón lo evidente.
Por último, ambos mudan de
condición, aunque de manera muy
distinta. Lázaro consigue el cargo de pregonero gracias al arcipreste de la
iglesia toledana de San Salvador, quien además le ofrece una casa y la
oportunidad de casarse con una de sus criadas, con la finalidad de disipar los
rumores que se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación
con ella. Sin embargo, tras la boda los rumores no desaparecen y Lázaro
comienza a ser objeto de burla por parte del pueblo. Lázaro pierde su
honorabilidad para convertirse en pregonero porque, por fin, este empleo lo va
a liberar de las zarpas de su fiel e inseparable compañera: el hambre. Sus
homólogos también sacrificarán su reputación y prestigio por convertirse en
amos de lo que dueño ya tenía y, con las rentas de semejante negocio, llevar una vida aún más próspera y regalada.
Aquí detengo estas divagaciones, no porque se agotaran, sino por aquello de lo excelente de la brevedad.
Aquí detengo estas divagaciones, no porque se agotaran, sino por aquello de lo excelente de la brevedad.
lunes, 4 de junio de 2012
Lázaro de Tormes y otros pícaros de la modernidad I
El escrito de hoy versará sobre
la novela picaresca titulada Vida del
Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades, obra anónima publicada en el año 1554. En él intentaré
establecer un paralelismo entre la figura del protagonista y el perfil de aquellos otros pícaros que tanto abundan en nuestro tiempo.
A lo largo de mi vida, más de una vez me acerqué a los
siete tratados de dispar extensión que componen la obra, pues, además de
procurarme gran entretenimiento y diversión, nunca me separé de ellos sin haberme
llevado valiosos conocimientos sobre la condición humana, ya que su lectura me
mostró comportamientos de los que saqué aleccionadoras y provechosas
enseñanzas.
Comencemos, pues, y comparemos a
nuestro protagonista con algún pícaro de la modernidad, aunque prefiero que sea
el lector el encargado de escoger a este último, pues seguro estoy de que no
hallará dificultad para tal menester, por ser muchos los que prosperan en todos
los ámbitos de nuestra sociedad.
El protagonista de nuestra novela
es un desventurado llamado Lázaro, hijo de padres sin honra, natural de Tejares
(aldea salmantina a orillas del río Tormes), el cual cuenta en primera persona su vida miserable desde
que nació hasta que se casó en Toledo, de manera poco honorable, con la criada
de un arcipreste. Su existencia está llena de privaciones, hambre, egoísmos,
explotación, engaños, burlas. A causa de su origen, es persona sin oficio ni
beneficio, sin caudales, sin letras. Será criado de muchos amos: sucesivamente
servirá a un ciego, a un clérigo, a un escudero… Su vida será con los distintos
amos una constante pelea por algo tan viejo como la vida misma: el hambre. Ella
será el motivo que impulsará sus acciones, será la musa que inspirará sus
mentiras, sus tretas, sus engaños y, en definitiva, todos sus actos. Los amos a
los que sirve son sus antagonistas que, mediante sus comportamientos,
obstaculizan los propósitos y acciones de Lázaro encaminados a buscarse los
medios para subsistir. Sus picardías son raterías
de poca monta, todas ellas dirigidas a procurarse el sustento.
En cambio, algunos de los pícaros modernos
son hijos de padres respetables, no han
sufrido explotación, ni hambres, ni privaciones. Más bien todo lo contrario: de
poco o nada han carecido y han llevado una vida confortable y llena de
comodidades. Debido a su origen son personas de letras, con empleo, con
posibles, con oficio. Dada su situación social, estos pícaros de la modernidad
actúan movidos por motivaciones bien diferentes a las de Lázaro. La musa que
guía sus acciones no es el hambre, sino un afán desmesurado por obtener
riquezas para atesorarlas: la codicia. Se valen de sutiles estratagemas
para obtener provecho engañando a los
demás y, de esta manera, agasajar y contentar a su musa.
Ya hemos visto cómo Lázaro desde
niño tiene que servir a muchos amos con los que no consigue quitarse el hambre
de encima; algunos pícaros de ahora, aunque resulte paradójico por el rango que
ocupan en la sociedad, también son servidores, aunque de amos bien distintos:
el amo al que todos ellos sirven es el dinero, su auténtico dueño y señor, y
que en forma de presente ofrendan a su musa, la codicia, para complacerla y
aplacarla.
Continuará el próximo día 15
jueves, 3 de mayo de 2012
Retratos de café
Una tediosa y desapacible tarde
dominguera, mientras paseaba por la ciudad sin saber qué hacer conmigo, entré
en una cafetería. El local estaba abarrotado de gente, pero logré acomodo en
una minúscula mesita situada no lejos de la entrada. Sentado ante un café, más
frío que caliente y de un sabor algo desnaturalizado, me dispuse a observar los aconteceres del
bullicioso establecimiento.
Junto a uno de los ventanales,
un matrimonio joven procuraba con poco éxito que sus tres pequeñuelos se
interesasen por la merienda que les habían traído. La señora, muy seria ella,
reprochaba al compañero que no estaba gestionando como debiera el control de
tan díscolos rapaces que, nada atraídos por las viandas, indiferentes correteaban
entre las mesas y amagaban con huir del recinto.
Cerca de donde esto ocurría, una chica y un chico, ajenos a todo lo que no fuesen ellos mismos, mantenían una apasionada conversación
adornada con una variadísima gama de arrumacos, carantoñas y zalamerías.
Próximos a mi mesa, una señora y
un señor maduros, que parecían no conocerse por la escasez de charla que entre
ellos había, dirigían sus miradas y, tal vez, sus pensamientos a sitios diferentes
y distantes. El camarero interrumpió sus meditaciones y les sirvió dos
generosas porciones de tarta, que silenciosamente fueron desalojadas del plato
con encomiable finura y maestría. Concluido el refrigerio, miradas y
pensamientos volaron de nuevo.
El narrador, poco
reconfortado por el insulso brebaje que había tomado, salió a la calle con el
propósito de contar lo que acabas de leer.
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