lunes, 1 de marzo de 2010

Peregrinaje de una radiografía



Al parecer, las radiografías contienen sales de plata que, una vez recicladas mediante un proceso no contaminante, se pueden fundir en lingotes. Los beneficios obtenidos con su venta son enviados a una ONG que los emplea en financiar programas de tratamiento de enfermedades infantiles, desinfección de agua, etc. Cabe pensar que nuestras radiografías inservibles, si las depositamos en el lugar adecuado, contribuyen a la protección del medio ambiente y, al mismo tiempo, ayudan al desarrollo de programas de ayuda humanitaria. Y todo ello, sin que nuestro bolsillo sufra perjuicio alguno, circunstancia, esta última, que acrecienta nuestra generosidad hasta límites insospechados.
Esto es lo que pensaba cuando, henchido mi espíritu por el gesto solidario que iba a realizar, me encaminé presuroso hacia una farmacia -lugar de recogida, según me habían dicho- para entregar la radiografía desechada. Llegado al establecimiento, farmacéutico y auxiliares, rebosantes de amabilidad, me indicaron que ellos no la recogían, pero que la llevase a un centro radiológico a ver si allí se la quedaban. Personeme en el lugar y, con gran gentileza, recibí la misma respuesta que en el sitio anterior, pero me dieron la dirección de otra farmacia. Me encaminé a las nuevas señas y obtuve el mismo resultado, pero, con gran cordialidad, me remitieron a una tercera. Con poco convencimiento arribé al nuevo local, y no me equivocaba: esta vez fui reexpedido a una iglesia donde mi acompañante sería bien acogida. Enfilé el camino hacia el templo con la esperanza de ver cumplida la abnegada y, a estas alturas, ardua misión que me había impuesto. A una mujer que allí se encontraba le expuse mi negocio y, a su vez, me reenvió a otra parroquia, donde los chicos de una ONG se encargaban de la recogida. Púseme en camino hacia el nuevo templo y cuando, por fin, llegué… estaba cerrado. Había visitado cinco o seis establecimientos, conversado con más de veinte personas, caminado durante más de dos horas…, y la placa aún no había sido adoptada.
Con el ánimo abatido, marchaba por una calle donde cada cincuenta metros se erguía, a modo de campana invertida, una hermosa papelera. La visión de tan campanudos recipientes debilitó mi espíritu solidario: rebasé los cinco primeros pero, llegando al sexto, no pude resistir la tentación y le entregué el preciado depósito de sales de plata.
Si algún viandante fue testigo de la traumática separación, después de censurar el acto, pudo pensar que las radiografías se reciclan, que los beneficios obtenidos se destinan a…, que existen lugares de recogida, etc.; es decir, exactamente lo mismo que yo opinaba antes de iniciar el peregrinaje.