lunes, 1 de febrero de 2010

Réquiem por un ficus

Cada año miles de árboles son víctimas de la sierra mecánica o el hacha, no solo en la soledad de los campos, sino también en el interior de pueblos y ciudades. Viene esto al hilo de lo ocurrido al árbol cuyo nombre figura en el título de esta página. Hace años, María Adela* vio cómo plantaban un ficus junto a su casa; con el tiempo, sus primeros tallos se convirtieron en ramas y estas, a su vez, se cubrieron de hojas y flores. Fue creciendo y con su ramaje formó una majestuosa copa sostenida por un recio y bien formado tronco. Su agraciada figura engalanó el lugar y se estableció entre ambos un vínculo de complicidad. Esto duró hasta que un día apareció un grupo de operarios y… Pero, cedamos la palabra a M.ª Adela y que ella relate lo acontecido…

”¡Qué triste fue tu muerte! A dentelladas mecánicas te rompieron las raíces, te amortajaron con cintas rojas y, con toda tu enorme mole, te elevaron al cielo con un bamboleo programado por la grúa. No te colocaron bien en tu ataúd, un destartalado camión te recibió torcido, de medio lado. Uno de tus brazos estorbaba, la sierra mecánica lo cortó para acomodarte. Vi cómo tu sangre blanca salía de tus venas, tenías vida, algunas ramas verdes aún permanecían en tu tronco. Las dieciocho palmeras, que te escoltaban y vigilaban como verdes soldados inhiestos y firmes, han caído contigo, su muerte ha sido rápida, son frágiles y han sucumbido pronto. No hay testigos de tu entierro, nadie filmó tu fin. Fuiste llevado calle adelante hacia el centro en contradirección, un coche policía te escoltaba.
¿Cuál será tu destino? Ya no podrás alegrarnos en la Navidad con tus luces tintineando en tu magnífica y preciosa copa, ni tu cuerpo será adornado con el tul radiante que te envolvía. ¡Cómo alegrabas a los transeúntes! ¡Cómo te piropeaba el que te veía, aunque sólo pasara en su coche bajo tus ramas!
No olvidaré tu lento caminar sobre ruedas cuando desapareciste de mí para siempre”.

Conmovedor texto de tono elegíaco, donde el sentir de la palabra, convertido en lamento, no ha dejado resquicio para en él se adentren el artificio y la afectación.








*María Adela Rojo Fernández