martes, 11 de julio de 2023

Políticos


El escritor José Martínez Ruiz “Azorín” publicó en el año 1903 la novela titulada Antonio Azorín, en la citada obra aparece recogida una “liviana fabulilla” titulada  El origen de los políticos, donde el autor fantasea sobre cómo surgieron tan egregios especímenes. He  aquí lo que nos cuenta el insigne autor en la citada fabulilla...
 
 Cuando Dios creó la especie humana, esta vivió contenta y satisfecha durante unos cuantos años. Sin embargo, poco a poco se fue entristeciendo: descubrió que el origen de sus males era la inteligencia, pues esta le mostraba lo insignificante que era el hombre en el Universo.
Entonces estas desdichadas criaturas le pidieron a Dios que se la quitase. Este se rindió a las súplicas de los hombres y les dijo que, hasta ahora, la inteligencia la habían llevado forzosamente en la cabeza sin poder separarse de ella; no obstante, de aquí en adelante, el que quisiera podría dejarla guardada en su casa y sacarla cuando lo desease. Así que, cuando las gentes volvieron a sus casas, se apresuraron a guardarla cuidadosamente en cajones y armarios.
A partir de entones, unos la sacaban de vez en cuando, en cambio, otros no la sacaban nunca porque nunca la habían tenido, pero estos se aprovechaban de la ordenanza divina para fingir que la tenían. Cuando alguien les preguntaba en la calle por ella, respondían sonrientes: “La tengo bien guardada en casa”.
Esta sencillez y modestia encantó a las gente, y la gente llamó a estos hombres políticos. Poco a poco, estos hombres fueron ganando la confianza de todos y en sus manos se confiaron los más arduos negocios humanos, es decir, la dirección y el gobierno de las naciones. Así transcurrieron muchos siglos y, como al fin todo se descubre, las gentes cayeron en la cuenta de que estos buenos hombres no llevaban la inteligencia ni la tenían guardada en la casa. Entonces pidieron que se restableciese el uso antiguo, pero ya era tarde: la tradición estaba creada, el perjuicio se había consolidado y los políticos llenaban parlamentos y ministerios…
 
Ciento veinte años han transcurrido desde que se publicó esta obra y muchos son los cambios que se han producido en el mundo durante ese tiempo, sin embargo, poco o nada ha cambiado el concepto que gran parte de la ciudadanía tiene sobre los políticos y si alguna mudanza hubo en su conceptualización fue, sin duda, a peor...



 

lunes, 26 de junio de 2023

La merienda


Por aquellas fechas Pablito tendría unos diez años y vivía en Madrid, al comienzo de cada verano su madre y él aparecían por el pueblo acompañados de una corte de sirvientas. La casa de su abuela, donde se alojaban, tenía un inmenso huerto surcado por numerosos senderos y acequias. Después de la siesta, Mariano, Curro, Antonio y yo nos reuníamos con él para jugar en aquel paraíso: corríamos por las veredas, chapoteábamos en las regueras o, a veces, trepábamos a los árboles; mientras nos aplicábamos a la escalaba arborícola, Pablito, poco avezado en acrobacias simiescas, nos observaba con una mirada mezcla de envidia y admiración.

Alrededor de las seis una sirvienta le traía la merienda, casi siempre un buen trozo de bizcocho espolvoreado con azúcar y canela. A Curro no le faltaban ganas de hincar el diente a tan apetitoso bocado, aunque no sabía cómo llevar a cabo tal empresa sin que su dignidad sufriese menoscabo alguno.
Un día que íbamos a cruzar una acequia, propuso a Pablito subirlo a cuestas para que no se mojase. Nos extrañó este arranque de altruismo, pues Curro era poco dado a esfuerzos y sacrificios. Tres o cuatro veces se volvió a repetir la generosa acción y Pablito le tomó querencia a estos paseos ecuestres.
A los pocos días, Curro hizo coincidir la clase de equitación con la hora de la merienda: cuando el jinete montó a la grupa del corcel, al pasarle los brazos sobre los hombros, el bizcocho vino a caer justo delante de la boca del niño caballo. Pocos pasos había dado el rocín cuando el caballero fue desposeído de una buena porción del sustento que en la mano llevaba. Pero ya era tarde: en Pablito se había despertado el espíritu caballeresco y paseos hubo durante casi todo el verano; eso sí, a partir de entonces, cabalgada y merienda siempre galoparon juntas.
Días hubo en que el afán por una cabalgada más duradera, Pablito, para alegría de su madre y de su rocín, pidió una segunda merienda, que en buena parte fue embaulada por su cabalgadura. De esta manera, Curro consiguió como caballo lo que no había logrado como caballero.

Una tarde la madre de Pablito y una amiga estaban sentadas en un banco de piedra a la sombra de un árbol, al pasar oí que decían:
-Desde que estamos aquí lo bien que come Pablito, muchos días merienda dos veces.
-Es que nada hay tan saludable como los aires del pueblo para despertar el apetito- comentó su amiga.
Y también los paseos a caballo- pensé yo.