domingo, 10 de octubre de 2010

Viaje de ida

 En las postrimerías del siglo anterior al pasado, una temible epidemia de cólera se ensañó de manera   implacable con las gentes de varias regiones españolas.
Valentina, una joven de veinticuatro años, no escapó al cruel envite de la temible enfermedad: durante varios días su organismo se rebeló, pero el mal desplegó tal poderío que debilitó su cuerpo hasta la extenuación.
Valentina estaba casada con Gregorio y tenían una hija, Paula, que, a la sazón, no había cumplido los tres años. El joven marido, abrumado por la muerte de su esposa y por la responsabilidad de criar y educar una niña de tan corta edad, pidió a los padres de Ana que se hiciesen cargo de Paula. Transcurrido un tiempo, y agobiado por la penosa situación anímica que atravesaba, emprendió viaje a Buenos Aires, ciudad a la que arribó algunas semanas después. Sin embargo, a partir de su llegada, ya nunca se supo nada de él. Lector, si crees que quiero colocarte un relato de tintes tan folletinescos como el narrado en la página anterior, te equivocas: Paula era la madre de mi madre.
Esta historia se la oí de pequeño a mi abuela, como ella, a su vez, la oyó de la suya y yo, a mi vez, después de un siglo, la vuelvo a contar aquí. Seguro estoy que será leída por algunos pobladores de aquellas tierras que nuestro viajero pisó; lugares, que lo cautivaron y atraparon con tal fuerza, que ya no quiso o no pudo abandonar jamás.
A veces, la vida es así de extraña…