
Comenzaré estas
divagaciones hablando del encargado de la tarea investigadora, es decir, del
investigador. Ciertas cualidades deben adornar al personaje, sin las cuales
difícil sería llevar a buen fin su misión. A la vista de los resultados
alcanzados en sus trabajos, deduzco que, en mayor o menor medida, en todos los
investigadores quedan acreditadas ciertas aptitudes que, entre otras muchas,
estas podrían ser algunas: inteligencia destacada, elevada capacidad de
observación y análisis, perseverancia, organización y metodologías en el
trabajo, dominio de la materia, conocimiento y habilidad en el manejo de las técnicas investigadoras, no sucumbir al
desánimo… Otras, en cambio, se las presupongo, como, por ejemplo, honestidad
con los resultados de la investigación, capacidad de autocrítica para reconocer
y corregir los errores, no considerarse poseedores de verdades absolutas,
resignación, si llegase el caso, a que otros obtengan pingües beneficios con el
resultado de sus trabajos, etc. Obviaré, sin embargo, aquellas otras
características (prefiero que sea el lector el que las ponga en este lugar)
inherentes a la condición humana y, por desgracia, presentes en cualquier
actividad desarrollada por el hombre.
El objetivo de la
investigación viene determinado, en gran medida, por el momento histórico que
le ha tocado vivir al investigador y por aquel cúmulo de circunstancias que lo
rodean. La casuística podría ser tan amplia casi como investigaciones se han
hecho. Como se ha visto a lo largo del tiempo, a veces, la buena suerte ha contribuido de forma
notoria a que una investigación llegue a buen fin, otras, por el contrario, su
ausencia ha propiciado que el objetivo propuesto no se cumpla. Ocurre en
algunas ocasiones que hipótesis, teóricamente bien formuladas, no se pudieron
confirmar en su momento porque entonces se carecía de tecnología competente
para su verificación.
La experiencia nos
muestra que el factor económico está íntimamente asociado a cualquier actividad
humana y, por supuesto, la investigación no queda al margen de tal evidencia.
Aquellas investigaciones cuyos resultados no sean inminentes y, en
consecuencia, su rentabilidad sea dudosa o más tardía, prosperarán con más
dificultad. Sirva como ejemplo lo que ocurre con aquellas dirigidas a descubrir
medicamentos contra enfermedades poco
comunes: el interés por ellas será escaso, puesto que se obtienen pocas
ganancias, dada la muy limitada difusión y comercialización del fármaco que se
pueda conseguir. Sin embargo, encontramos múltiples medicamentos para controlar
la hipertensión, el colesterol, la diabetes, etc. para ser consumidos por ciudadanos
que los pueden pagar por vivir en sociedades desarrolladas. Pero en el diseño
de tales estrategias, poco o nada tiene que ver el investigador.
Por otro lado, también quisiera señalar que en
teoría, solo en teoría, los poderes
públicos, sean del signo que sean, están de acuerdo en destacar la importancia
de la investigación y así lo proclaman, pero entiendo que no le prestan
suficiente atención a tal menester.
Podríamos seguir con
otras divagaciones, pero mejor detengámoslas aquí…