Reposición
martes, 17 de septiembre de 2019
Carta al otoño
Reposición
martes, 23 de abril de 2019
Memorias de don Príapo Rijosán
Antes de nada,
permítaseme que me presente: Príapo es mi nombre y Rijosán mi apellido. Soy el
apéndice viril de don Tomás S. y toda mi vida he trabajado con él como
agente ejecutor de sus actos carnales.
Hoy, con el paso de los años, cuando la
holganza ocupa gran parte de mi tiempo por ser escasa la faena, acuden a mi
memoria episodios de los que me gustaría dejar constancia en estas mis
memorias. Hecho este esclarecimiento, relataré aquella primera
andanza de cuando, todavía, Tomasito llamaban a don Tomás.
En aquella época,
Margarita y Tomasito llevaban casi dos años prometidos, sin embargo, a pesar
del tiempo transcurrido, aún no habían gozado de práctica fornicatoria alguna.
Doña Julia, madre natural de Margarita y política de Tomasín, dispuso que dos
de sus fámulas, acreditadísimas carabinas, en ningún momento perdiesen de vista
a la desdichada pareja. Expertas en el arte del camuflaje, nada escapaba a sus adiestrados
sentidos y, por si esto no bastaba, eran además incorruptibles, ningún intento
de soborno prosperó con ellas, aunque sé que bastantes hubo. Señalo esto, para
que el lector se haga cargo del vivísimo encendimiento que sufría la pareja
provocado por dieta amatoria tan duradera.
En esas estábamos,
cuando una tarde, por razones que no merecen ser referidas, los jóvenes
lograron romper el cerco carabineril. Pasos
sigilosos, susurros, puertas que se cierran, risas, caricias, ropas de caen,
cuerpos desnudos… Ese día, por fin, conocí a Margarita. Me miró un momento
sonriendo y me saludó con la mano. Después, tras una variada gama
de posturas, quedé colocado ante una boca velluda dispuesta de manera vertical.
Su proximidad me produjo gran inquietud, pues temía que dos pares de temibles colmillos me estuviesen acechando detrás de aquellos labios embigotados. En estas
turbadoras cavilaciones andaba, cuando me sobresaltó la voz asargentada de
Margarita.
--Tomasito, así, ni
hablar. ¡Ni se te ocurra!
--Vale, como tú digas
—contestó resignado el joven.
Con gran premura,
Tomasito me vistió con una especie de saco que me cubría de la cabeza a los
pies. Dentro de aquella agobiante túnica oía poco y veía menos.