lunes, 7 de septiembre de 2009

Las rosas de piedra

Una de mis recientes lecturas ha sido Las rosas de piedra, de Julio Llamazares, obra que hay que encuadrar dentro de la denominada literatura viajera. El libro se estructura en seis viajes que, a lo largo de varios años, el autor realiza por las regiones de la mitad norte de España; el propósito de estos viajes no es otro que visitar las catedrales de esta parte del país. El viajero (como él gusta llamarse) inicia su andadura en la catedral de Santiago de Compostela y la termina en la de Tortosa; en varias etapas, y dedicando un día a cada una de ellas, llega a visitar más de cuarenta a lo largo del periplo.
Con una prosa fluida y, a veces, no exenta de ironía, Llamazares describe lo que ve, cuenta lo que vive y, en ocasiones, da su parecer sobre lo descrito o contado. En sus incursiones catedralicias, el viajero nos habla de fachadas, campanarios, retablos, capillas, coros, claustros, museos, etc., pero además, como buen narrador que es, nos relata sus encuentros con cuantas personas halla en esos lugares (sacerdotes, guías, canónigos, fieles, vigilantes, turistas, etc.), con los que suele pegar la hebra con tal de obtener alguna información. El autor compagina con acierto el paisaje artístico y el humano, y da al relato una viveza y amenidad, que no tendría, si lo hubiese limitado a lo meramente descriptivo.
El lector que se adentre en sus páginas descubrirá cuarenta rosas de piedra, testigos mudos de un tiempo extinguido que quedó atrapado en sus piedras.

1 comentario:

  1. Me alegro que te haya gustado el libro. Por otro lado, te tengo que felicitar por lo bien escrita que está la reseña: sencilla, elegante, completa. Yo acabo estos días de terminar El cielo de Madrid, del mismo autor, y no tengo una opinión tan buena. A grandes rasgos, es un acercamiento a los jóvenes españoles de la generación de los "jóvenes de mayo del 68", o sea, más o menos la mía, y su evolución hasta la edad adulta. Un tema sin duda interesante, pero al que el autor no le saca partido: se queda en la superficie más superficial. Pero lo peor, para mí, es que el texto muestra una más que notable torpeza expresiva. Son incontables los pasajes en los que la alusión anafórica se resuelve de la peor manera, como lo haría un escritor novato. Además, la reiteración de contenidos, sin justificación ni sentido, es excesiva. Etc. Teniendo esto en cuenta, no sé cómo han podido editar la novela en el prestigioso Círculo de Lectores. Perdón por aprovechar tu excelente comentario para meter yo, con calzador y de prisa, el mío.

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