jueves, 2 de julio de 2020

Barbarismos


La lengua no es un compartimento estanco, sino algo permeable a las influencias externas. El préstamo léxico es el fenómeno lingüístico más común y acudimos a él por diversas razones; fundamentalmente, cuando tenemos la necesidad de nombrar objetos, conceptos, lugares, etc. que son nuevos para nosotros.
El intercambio de palabras entre lenguas distintas ha existido desde siempre. Lo que ha ido cambiando a lo largo del tiempo es la lengua que exporta sus términos. Por diversas razones (históricas, políticas, sociales, económicas…), en un momento dado, una lengua alcanza un prestigio que no tienen otras.
Cuando una lengua goza de gran estima, todos se arriman a ella con la esperanza de que se les pegue un poco de su distinción. Algo parecido deben pensar bastantes periodistas, presentadores de televisión, profesores, locutores de radio y muchos de los que se asoman a estos medios ya que, esperando adquirir algo de prestigio, disparan sin piedad vocablos ingleses en sus intervenciones.
Esto mismo vivió Cervantes en sus tiempos cuando, en una de sus novelas, censura a ciertos romancintas que en sus conversaciones intercalan algunas palabras en latín dando a entender, a los que no lo saben, que son grandes latinistas. Asimismo, critica a algunos imprudentes que, sabiendo latín, lo utilizan con los que lo desconocen. Concluye el insigne novelista que tanto peca el que habla latín delante de quien lo ignora, como el que lo emplea ignorándolo.
De lo anterior, podemos colegir que estos pretenciosos comportamientos se han mantenido inalterables a través de los siglos... 


domingo, 31 de mayo de 2020

Un invitado burlado

                                            
         
                                                           
No ha mucho tiempo, un antiguo vecino, al que llevaba una larga temporada sin ver, me invitó a su nueva casa. Al principio, intenté eludir su propuesta, pero insistió tanto que hubiese sido desconsiderado rechazarla. Así que, el día convenido, acudí a la cita. Cuando llegué, un nutrido grupo de invitados departía en torno a unas mesas ataviadas con un generoso y selecto surtido vianderil. Exquisitas provisiones y una charla distendida contribuyeron a que a que la velada fuese reparadora y, al mismo tiempo, entretenida.  A una hora discreta quise retirarme, pero los anfitriones me retuvieron con la excusa de que una grata sorpresa nos esperaba. Este invitado, que recela de las sorpresas y mucho más cuando le dicen que son gratas, intuyó que algún funesto acontecimiento se avecinaba. Y no se equivocó: la anfitriona nos amenazó con la proyección del reportaje de boda de su hija. Pensé, iluso de mí, que el documental duraría a lo sumo una hora, pero erré estrepitosamente mis cálculos: durante casi tres horas desfilaron ante mi vista: novios, padrinos, invitados, camareros, platos… Mi exvecino y su señora, como buenos anfitriones, iban explicando todo aquello que nuestros ojos veían: cargo o profesión de los invitados de más alcurnia, esclarecimiento de los estrafalarios nombres de algunos platos, peso y dimensiones de la gigantesca y desgarbada tarta, marcas de vinos y licores, etc. Concluida la proyección, mi exvecino, con gran amabilidad, me pidió el parecer sobre el acontecimiento visto, y yo, con no poco disgusto, se lo tuve que dar, pero la cortesía me obligó a decir justo lo contrario de lo que pensaba. Este, halagado con mis hipócritas alabanzas, me invitó a una próxima velada en la que podríamos disfrutar de un magnífico reportaje sobre el viaje de novios. Sin saber muy bien qué contestar, me despedí dándole las gracias y renegando de mis lisonjeras y farisaicas palabras…