jueves, 27 de junio de 2013

Divagaciones sobre el proceso investigador



Comenzaré estas divagaciones hablando del encargado de la tarea investigadora, es decir, del investigador. Ciertas cualidades deben adornar al personaje, sin las cuales difícil sería llevar a buen fin su misión. A la vista de los resultados alcanzados en sus trabajos, deduzco que, en mayor o menor medida, en todos los investigadores quedan acreditadas ciertas aptitudes que, entre otras muchas, estas podrían ser algunas: inteligencia destacada, elevada capacidad de observación y análisis, perseverancia, organización y metodologías en el trabajo, dominio de la materia, conocimiento y habilidad en el manejo de  las técnicas investigadoras, no sucumbir al desánimo… Otras, en cambio, se las presupongo, como, por ejemplo, honestidad con los resultados de la investigación, capacidad de autocrítica para reconocer y corregir los errores, no considerarse poseedores de verdades absolutas, resignación, si llegase el caso, a que otros obtengan pingües beneficios con el resultado de sus trabajos, etc. Obviaré, sin embargo, aquellas otras características (prefiero que sea el lector el que las ponga en este lugar) inherentes a la condición humana y, por desgracia, presentes en cualquier actividad desarrollada por el hombre.
El objetivo de la investigación viene determinado, en gran medida, por el momento histórico que le ha tocado vivir al investigador y por aquel cúmulo de circunstancias que lo rodean. La casuística podría ser tan amplia casi como investigaciones se han hecho. Como se ha visto a lo largo del tiempo, a veces,  la buena suerte ha contribuido de forma notoria a que una investigación llegue a buen fin, otras, por el contrario, su ausencia ha propiciado que el objetivo propuesto no se cumpla. Ocurre en algunas ocasiones que hipótesis, teóricamente bien formuladas, no se pudieron confirmar en su momento porque entonces se carecía de tecnología competente para su verificación.
La experiencia nos muestra que el factor económico está íntimamente asociado a cualquier actividad humana y, por supuesto, la investigación no queda al margen de tal evidencia. Aquellas investigaciones cuyos resultados no sean inminentes y, en consecuencia, su rentabilidad sea dudosa o más tardía, prosperarán con más dificultad. Sirva como ejemplo lo que ocurre con aquellas dirigidas a descubrir medicamentos contra  enfermedades poco comunes: el interés por ellas será escaso, puesto que se obtienen pocas ganancias, dada la muy limitada difusión y comercialización del fármaco que se pueda conseguir. Sin embargo, encontramos múltiples medicamentos para controlar la hipertensión, el colesterol, la diabetes, etc. para ser consumidos por ciudadanos que los pueden pagar por vivir en sociedades desarrolladas. Pero en el diseño de tales estrategias, poco o nada tiene que ver el investigador.
 Por otro lado, también quisiera señalar que en teoría, solo en teoría,  los poderes públicos, sean del signo que sean, están de acuerdo en destacar la importancia de la investigación y así lo proclaman, pero entiendo que no le prestan suficiente atención a tal menester.
Podríamos seguir con otras divagaciones, pero mejor detengámoslas aquí…