La sociedad, conocedora de la
calamitosa vida de Lázaro, el menguado botín obtenido con sus pillerías y,
sobre todo, las razones que impulsan su comportamiento, no lo considera un
delincuente y no insta a la justicia a que persiga sus fechorías. Es más, en
muchos casos, sus víctimas suelen ser amos que lo explotan y lo tratan de forma
despreciable, lo cual despierta cierta comprensión y hasta benevolencia para
con él. En cambio, sus homólogos contemporáneos, sin escrúpulo ni miramiento
alguno, engañan utilizando refinadas prácticas carentes de ética y moralidad.
Como muchos son los perjudicados y cuantioso el importe de sus desmanes, grande
es el desprecio que promueven en la
ciudadanía. A diferencia de Lázaro, que no constituye una amenaza para la
sociedad, nuestros pícaros se han ganado el repudio y el rechazo de la misma,
que urge a la justicia para que los persiga y condene por sus delitos, aunque dicho
propósito diste mucho de verse cumplido.
La forma en que se nos revelan
sus fechorías es bien diferente. Lázaro, sabedor de la insignificancia de sus
trastadas, nos las cuenta él mismo; los otros, conocedores de la trascendencia
de sus desmanes, callan. Su privilegiada
posición social hace que se consideren invulnerables pero, a veces, llega el
momento en que lo oculto deja de serlo y su invulnerabilidad vulnerada, entonces
negarán con tesón lo evidente.
Por último, ambos mudan de
condición, aunque de manera muy
distinta. Lázaro consigue el cargo de pregonero gracias al arcipreste de la
iglesia toledana de San Salvador, quien además le ofrece una casa y la
oportunidad de casarse con una de sus criadas, con la finalidad de disipar los
rumores que se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación
con ella. Sin embargo, tras la boda los rumores no desaparecen y Lázaro
comienza a ser objeto de burla por parte del pueblo. Lázaro pierde su
honorabilidad para convertirse en pregonero porque, por fin, este empleo lo va
a liberar de las zarpas de su fiel e inseparable compañera: el hambre. Sus
homólogos también sacrificarán su reputación y prestigio por convertirse en
amos de lo que dueño ya tenía y, con las rentas de semejante negocio, llevar una vida aún más próspera y regalada.
Aquí detengo estas divagaciones, no porque se agotaran, sino por aquello de lo excelente de la brevedad.
Aquí detengo estas divagaciones, no porque se agotaran, sino por aquello de lo excelente de la brevedad.